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Foto del escritorRafael jijena sanchez

LA MIRADA DE LOS NIÑOS


Por Rafael Jijena Sánchez

En estos días de tamaña extrañeza y condenados como están padres y niños a realizar ´juegos forzados´, es bueno adentrarse en las sabias miradas de los niños con sus mochilas cargadas de sueños y sin ninguna intención de despertar.

‘Cuando un recién nacido aprieta con su pequeño puño, por primera vez, el dedo de su padre, lo tiene atrapado para siempre’ decía el Gabo García Márquez.

Y así andan los padres hoy, con rompecabezas sobre las mesas para armar con sus hijos mientras ellos tratan de encastrar dudas con temores, intentado que los niños los vean reír y si los ven lagrimear, que sólo sea por culpa de las cebollas.

Elevando la vista en las calles vemos a los niños intentando distraerse en esas casas apiladas que son los departamentos, con ojazos por ventanas y esos barbijos de cemento que son los balcones.

Qué pensarán los pequeñuelos al ver tanto antifaz y vendaje con rasgos de momia.

Mi nieta Clarita, cumplió hace poco sus cuatro añitos y su mami, eximia pastelera, ambientó la mesa festiva con macarons, tortas, alfajores, globos y guirnaldas.

Después de soplar las velitas, Clari desparramó una abarcadora mirada sobre la mesa festiva para segundos después preguntar con total candidez:

- ¿…y la gente?

Matu, enfundado en sus 7 años, me confesó días pasados, que si existiera la ‘máquina del tiempo’, le gustaría que yo -su abuelo Rafa- pudiera meterme en ella para volver así a pisar el zócalo de la infancia y para poder jugar en igualdad de condiciones, en línea con lo que sostenía Sam Levenson: ‘El juguete más simple, que incluso el niño más pequeño puede usar, se llama abuelo’.

Mientras tanto, Solcito, con sus 9 años tan bien alineados como sus lápices de colores, decidió escribir y pintar diariamente ‘frases positivas’’ como ser ‘El amor ilumina tu vida…’’, ’Hay que querer lo que tenemos…’, ‘No importa lo que digan los demás porque hay cosas que no las podés cambiar, entonces tenés que amar lo que sos’.

Está visto que a la hora de reflexionar, los niños no se andan con chiquitas.

Hoy son ellos los que piden a sus papis que dejen de capturar pantallas y los miren más a ellos, en vivo y en directo.

Esta es una oportunidad ideal, además, para entretenerlos con juguetes que en vez de funcionar con pilas lo hagan con la imaginación.

Bien decía Neruda que ‘el niño que no juega no es niño, pero el hombre que no juega perdió para siempre al niño que hay en él y que le hará mucha falta’.

Y si hay algo tan mágico como el entendimiento entre abuelos y nietos tal vez se deba a que, en la cuerda de la vida, cada uno se sienta aferrado a sus finales y comienzos.

Los niños, tan duchos para hacer preguntas que ni un sabio podría responder, nos piden -a su manera- que vivamos con más emociones que preocupaciones.

«Yo no estoy seguro -decía Antoine de Saint Exupéry- de haber vivido de verdad después de mi infancia».

Asombra que criaturas tan pequeñas puedan dejarnos enseñanzas tan grandes.

La imagen que acompaña estas reflexiones es de una foto que le tomé a mi nietita Chloé, en diciembre pasado, en un arrozal en Bali.

Si bien no pude asomarme a sus pensamientos, supongo que la quietud del lugar la contagió, porque allí, todas sus actitudes y miradas fueron contemplativas.

A manera de cierre, les comparto este bello pensamiento acuñado por William Holding Carter:

’’Solo podemos aspirar a dejar dos legados duraderos a nuestros hijos:

Uno, las raíces y el otro, las alas’’.







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