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Foto del escritorRafael jijena sanchez

DE PUÑO Y LETRA

REFLEXIONES ANTIVIRUS III por Rafael Jijena Sánchez


Este tiempo vacante nos facilita el reencuentro con un esquema olvidado por intromisión de sistemas más veloces: la carta manuscrita.

¿Cuánto hace que no generamos la emoción de escribir una carta de puño y letra escrita ‘…con tinta sangre del corazón’, como cantaba aquel bolero, imaginando la expresión del destinatario al momento de su ávida lectura?

Poder escribirla ahora y guardarla para destellar dentro de unos meses, cuando la curva de la sonrisa supere a la epidémica.

Poder volver a disfrutar del acto de escribir, ver cómo las letras borbotean en ese garabateo maravilloso de reminiscencias infantiles cuando aprendíamos, junto al deletreo, a descubrir quiénes eran las personas que más nos importaban. (Y nosotros a ellos)

Poder imaginar la carita de sorpresa de un nieto al recibirla, los ojos vidriados de una madre, la sonrisa cómplice de un amigo, el grato acuse de un vecino agradecido ya que, como bien decía Teresa de Calcuta, amar al prójimo significa literalmente eso, amar al próximo, al más cercano. Física o emocionalmente.

Y poder liberar ese magma de emociones contenidas que necesita imperiosamente su eclosión.

Tal vez éste sea el momento propicio para revalorizar la carta manuscrita, ‘’el poder pintar con palabras lo que el pintor escribe con colores’’.

Temas seguramente no falten.

Escribir para agradecer, disculpar, tender puentes, pedir perdón, confraternizar, para reafirmar el enorme valor de la amistad, que a diferencia del amor, no exige presencia.

Una carta cosida a mano, sin sufrir el desalme del procesador de textos.

Supe leer, sin poder precisar lugar o autoría, que ‘ni la carta ni el sueño se dan por encargo. Se sueña y se escribe no cuando se lo desea sino cuando ellos lo quieren: la carta cuando desea ser escrita y el sueño cuando desea ser soñado’.

O tal vez podamos pensar en una carta escrita con indicación de fecha cierta de apertura, cual casera cápsula del tiempo, tal vez para fines de este 2020 tan distinto a todos sus precedentes, sin haber imaginado nadie que el 20+20 preanunciaba, en su sumatoria numérica, un año de cuarentenas.

También es buen momento para hacer un repaso de misivas atesoradas, incluso sin necesidad de reabrirlas dado el intenso aroma afectivo que las mismas exhalan.

Claro que el texto manuscrito exige respetar la grafía completa de las palabras, sin abreviaturas, esa cruel amputadora de sentimientos, ya que un verdadero ‘te quiero’ requerirá siempre el arrumo de ocho letras.

Seguramente sus encabezados recen ‘Querida hija’…’Amor de mi vida’..’Querido viejo’... o tal vez ‘Querido diario…’, esa carta intimista dirigida al yo espejado.

Y también podremos pensar cartas dirigidas a los adelantados en la partida, a manera de sanación.

Es de maravilloso efecto catártico poder escribir esa postergada carta al padre que nunca en vida nos animamos a enviar.

Aprovechemos ahora que hay tiempo y motivos para dejar constancia afectiva por escrito.

De puño y letra.

P.D.

No la ahogues ni le achiques su vuelo rematándola con el punto final, que mal que le pese al insaciable virus, la vida continúa

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