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Foto del escritorRafael jijena sanchez

se mira y no se toca

REFLEXIONES ANTIVIRUS II por Rafael Jijena Sánchez

Es tradición de la tribu Himba, en Africa del norte, que cuando una mujer queda embarazada, corra a contar la buena nueva a las mujeres de la aldea y se disponga a imaginar la canción propia que vendrá a la par con el niño por nacer, ya que según la tradición, cada persona tiene una canción propia que brota de los abismos mismos del alma.

La futura madre se adentra en la selva y se respalda en un árbol para meditar y orar hasta que se inspire y surja la canción que marcará, de por vida, a la nueva criatura y que luego será aprendida y compartida por toda la familia tribal.

Se la canta al nacer, al crecer, ante venturas y desventuras, como una manera de honra y festejo y de sostén cuando la voluntad amengua.

Breves estrofas puras y sencilla melodía, como esas ropas blancas tendidas al sol espaciadas con paños de silencio.

Es una manera de demostrar, que antes de llegar a la vida ya éramos esperados, soñados y amados y que cada uno de nosotros tiene una vibración única, exclusiva y propia.

Se la canta al cumplir años, al pasar a la pubertad, al casarse y finalmente, cuando el alma va a irse de este mundo, también se le canta ‘su’ canción para acompañarle en el último viaje.

Tan fuerte es su incidencia vital, que en caso de apartarse de las costumbres establecidas no se lo pena ni se le atormenta físicamente, ni se lo arroja a la deshonra del destierro.

Optan por un recurso emocional mucho más aleccionador a manera de instantáneo método autocorrectivo.

Arman un círculo alrededor del acusado y basta para entonarle a coro su canción para que el efecto punitorio se produzca mágicamente y tome inmediata conciencia de la deuda moral incumplida.

En estos días en que andamos flojos de sostén emocional bebiendo los sinsabores de la desorientación, viene bien acudir a un salvavidas atado al cabo de los recuerdos, como eficaz antídoto ‘antivirus’.

Y así como estos días los científicos tantean antídotos contra el virus de testa coronada, nosotros, mientras tanto, como otra manera de fortificarnos, podemos bucear en el arcón de los recuerdos.

Bien podríamos llegar a pensar qué canción curativa, qué objeto o recuerdo nos da fuerzas, nos identifica y nos envalentona a manera de disparador emocional que nos sostenga y ayude.

Podremos así evocar esos sentimientos tan profundos cristalizados en consejos paternos, versículos bíblicos, silbidos característicos del abuelo, memorabilias y aromas de la infancia que puedan oficiar a manera de contención afectiva.

En estos días aciagos con ‘el hombre de la bolsa’ rondando las calles en penumbras y al acecho, evocar sentimientos tal vez bien pueda oficiar de eficaz amuleto para poder reencontrarnos cuando sentimos que el temor a lo desconocido nos aterra.

Será ver repasar la vida en segundos, recordar quiénes somos, de dónde venimos y hacia adónde vamos.

En esta sensibilidad social que nos conmueve a todos surgen actos solidarios como el balconeo amistoso, la sumatoria de palmas o el ofrecer ayuda a ese vecino que hasta ahora solo tenía cara de habitante de un cierto piso y letra de un determinado departamento.

En estos días extraños el recuerdo emocional tal vez pueda actuar con el mismo efecto tranquilizador de nuestra mascota de trapo o como aquellas canciones africanas de dulce autoría materna.






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